Hace pocos años se nos habría hecho inverosímil que nadie comprase ciertos objetos o mercancías a través de un teléfono, mucho menos hubiéramos entendido que se podría firmar un contrato sin encontrarnos presente ante el mismo y no hacerlo con tinta colorida y tangible emanada por un artilugio similar a lo comunmente conocido como “boli” o pluma(no las de animal sino las de cartucho intercambiable). En la actualidad compramos y vendemos sin tocar ni ver, hablamos, escuchamos y cliqueamos unas teclas de plástico para formalizar aquello que antes duraba meses enrevesado entre tratantes, intermediarios y espabilados cuya capacidad serpentil formaron al mismísimo Oliver Twist.
En la actualidad, en referencia a lo anteriormente expuesto, somos hasta capaces en adquirir nuestra vivienda habitual sin haberla visto previamente, compramos y vendemos obras de arte a precio de Picasso tan tangibles como el fondo de escritorio de nuestro ordenador ó especulamos en tierra virtual cuyo Registro de la Propiedad se encuentra dentro de un videojuego al que se accede por internet. El Lazarillo ha resucitado, o nunca estuvo muerto, quien sabe…
Se nos ha abierto un umbral de oportunidades intangibles, ó incluso podríamos decir (con poco desatino) que lo intangible se está fusionando tanto con lo tangible que deberíamos inventar una nueva palabra que logre abarcar ambas. Pues si sólo valoráramos la propiedad intelectual, oferta y demanda ó simplemente la exclusividad, supondríamos que es cuanto necesitamos para que algo tenga un precio y deba pagarse por ello. Siendo de esta manera y teniendo como referencia la Tulipomanía vivida en los Países Bajos en el siglo XVII, pero yo soy mas de “piano piano chi va piano va sano è va lontano…”
Vivimos una época emocionante en cuanto a cambio de roles, irritante y problemática por la(s) crisi(s), de futuro incierto por cómo afectará de forma inmediata dichos cambios de rol a las personas, sobre todo las mas dependientes en cuanto a sector profesional o contrato laboral.
Somos optimistas pero yo personalmente defiendo la palabra “tangible” y prefiero que no la cambien o modifiquen como así han hecho con otras palabras muy dignas de nuestro vocabulario patrio. La subasta judicial por medio del BOE ha sido una bocanada de aire fresco en un cielo negruzco por la contaminación de realidades tan posiblemente efímeras como ese jugador de lotería que planifica al detalle en qué gastar el premio de lotería que aun no ha ganado.
¿Firmamos con una tecla de nuestro ordenador? Sí, ¿divisamos un objeto desde la distancia y con unas posibilidades de verlo casi inexistentes? Sí, ¿tardamos en hacernos con la posesión de un inmueble que hemos pagado por él y no sabemos si hay alguien viviendo ahí? Sí. Todos estos síes forman parte de lo intangible pero cuando a esa ecuación le añadimos la variable de un órgano regulador, público e imparcial, damos esas gotas de tangibilidad que necesita cualquier ensalada sana, esas gotas nos dan la seguridad de profundizar en lo desconocido con cierta seguridad en que aquello por lo que estamos pujando es tangible y, por tanto, habrá alguien garantizándonos eso, llámese Estado, llámese Juez ó llámese abogado de subastas judiciales que le asesore o represente con el único fin de no cometer errores a la hora de hacer inversiones de especial relevancia.
Apostamos por la tangibilidad pero sin dar la espalda a la intangibilidad, o mejor dicho “la tangibilidad indefensa”, pues en el caso de las Subastas Electrónicas hay Ley, hay órgano regulador imparcial y por tanto hay un control mas o menos aceptable dentro de la realidad abstracta en la que cada vez nos adentramos mas y mas.